Fotografía: Tomas Rivas F.
Hace bastante tiempo que no escribo en este espacio, que sin duda ha marcado una etapa importante en mi vida. Agrego, "aprovechando la oportunidad", que desde que empecé a plasmar mis pensamientos en este blog (hace exactamente 5 años) he podido constatar que efectivamente la percepción de las cosas cambia conforme transcurren los años, y la madurez y experiencia ganan terreno en el srakisuam... Espero algún día ser un fücha con harto que entregar a mis l'aku, o por lo menos a mi jotüm o a mi ñawe que ya viene en camino. Una alegría indescriptible.
Como dije o, siendo más riguroso, "tipeé", la percepción cambia, no así el espíritu, los anhelos, sueños y esperanzas que todo ser humano debe tener alojados en el piuke. Con esta convicción y con las mismas ganas de aportar a la reconstrucción de mi Pueblo/Nación desde este espacio ("mi espacio") es que dejo un artículo aparecido en el extinto Diario Ilustrado de Santiago por allá en 1923, específicamente un 3 de octubre recogido por el famoso Ricardo Latcham en su obra "La organización social y las creencias religiosas de los antiguos araucanos" de 1924.
El artículo en cuestión está marcado por "el mal", los y las kalku, la muerte, los pesrimontu y el desdén de una cultura que no se conoce así misma hacia otra que considera "medieval". Destacan ciertos elementos como el chesrüfü y la probable descripción de un nünge.
Y sin más demora, dejo este texto para una lectura muy particular:
OSORNO
En Pelleco los indígenas ultiman bárbaramente a Antonio Queulo y José del Carmen Llaimar, por creerlos brujos.- Los culpan de la muerte de numerosas víctimas de la grippe.- Una bola de fuego ambulante.- Un hombre minúsculo en una carreta.- Concones que cantan como gallos.-
En el lugar de Pelleco, a pocos kilómetros de Osorno, acaban de ocurrir hechos que evocan los tiempos de las supersticiones de la Edad Media. Dos pobres indígenas, sindicados por sus compañeros como brujos que habrían hecho “daño” a numerosas personas, han sido las víctimas propiciatorias de la ignorancia supersticiosa de los deudos de algunos indígenas fallecidos a consecuencia de la epidemia de la grippe.
Hace más o menos seis semanas fallecieron en casa de Juan Queulo, en el fundo Pelleco del señor Juan Schwalm, seis personas, y en otra casa, de Manuel Queulo, dejaron de existir tres más. Fuera de estos nueve, ha fallecido últimamente el indígena Bautista Ñirril.
El subdelegado de Pelleco, señor Miguel Schwalm., justamente alarmado con estos numerosos fallecimientos ocurridos en el territorio de su jurisdicción, dió cuenta del hecho a la Gobernación, la que dispuso que se trasladara allá el practicante señor López, a averiguar la causa de la mortalidad. El practicante examinó a algunos enfermos y constató que la epidemia que hacía tantas víctimas era la grippe.
Los indígenas, que no quieren entender de grippe ni de epidemias, ya habían encontrado otra explicación, que para ellos era más sencilla y razonable que la del practicante. No podía tratarse sino de “daño” y tenía que haber de por medio algún brujo.
Durante el velorio del último de los fallecidos, de Bautista Ñirril, un indígena aconsejó a sus hijos que mataran al brujo, porque de otro modo seguiría haciendo “daño”.
La superstición hace ver visiones a los indígenas. No faltó quien había visto una bola de fuego que daba vuelta en torno de la casa de Juan Queulo, y que en seguida se perdió.
Era el brujo que habla tornado esta forma para hacer su maleficio. Las consecuencias no se hicieron esperar mucho, pues Juan Queulo, que estaba sano y bueno, cayó enfermo al día siguiente y a los tres días estaba muerto.
Otro indicio. Donde Manuel Queulo, en cuya casa fallecieron tres personas, había sido visto en una carreta con un hombrecito minúsculo, como de dos cuartas de estatura. Además en el techo de la casa se habían posado unos concones que cantaban como gallos. El hombrecito y los concones eran brujos que estaban haciendo daño a los moradores.
El Martes de la semana pasada se vino a Osorno Antonio Queulo, uno de los sobrevivientes de la casa donde se vió la bola de fuego, y cuando regresaba a su domicilio, fue asaltado y golpeado salvajemente, con garrotes y machetes, hasta que los asaltantes creyeron que estaba muerto. Al día siguiente fué encontrado por un indígena, el que dio cuenta del hallazgo a los deudos de la víctima, a fin de que se llevaran al muerto; pero Queulo aún no había fallecido y sólo el Domingo dejó de existir a consecuencia de las heridas.
Entre los que fueron a buscar a Queulo, estaba José del Carmen Llaimar, su compañero de casa, de quien se decía que era brujo. Este se quedó atrás y no se supo más de él, hasta que anteayer se encontró en terreno de Manuel Carril, en medio de una mata de zarzamoras, su cadáver, tapado con su manta y con ramas. El cadáver presentaba señales de apaleadura y tenia la cabeza rota.
Se dió cuenta por teléfono al cuartel de carabineros de estos hechos, a fin, de que se hicieran las pesquisas del caso pero sólo el Lunes en la mañana se pudo mandar una pareja a Pelleco.